abril 23, 2007

Añoranza

aunque tú me olvides
te pondré en un altar con veladoras
y en cada una pondré tu nombre
y cuidaré de tu alma...
amén
Caifanes, El Diablito


A veces resulta un envenenante fastidio encontrarte. Fue como comprobaste la importancia intrascendental que implicas a los ojos de ¡vaya! quien apenas y de sigilo te obsequia, más como un gesto de compasión, un vistazo.

Entonces...entonces nada; un ruido cimbra el interior (sospechas, es el responsable del temblor en tus manos) pero disimulas: enfocas la mirada en cualquier punto y modulas la voz.

En este mundo de apariencias es vital el control, piensas. Va, así funciona. Callas y observas, claro, lo que sea menos sus ojos porque si te descubre puede figurarse que lo tuyo no es sólo buena camadería.

Ni una hora, ya me voy. Tomas tus cosas y te despides. Te mira mientras caminas, irónico, sólo cuando ya no estás es cuando te ve. No te molesta, después de todo, tú no soportas su presencia porque no sabes cuánto tiempo podrás ahogar tus pensamientos que, al soltarlos, no tendrían significado.

Mejor, guardas esa bella imagen, no tanto porque el silencio implique cobardía (mejor, así intentas justificarte) sino porque al estar tan lejos es lo único que puedes conservar.


3 comentarios:

Tuna Lara dijo...

me recuerda momentos de amor-odio, de desear su ausencia, porque la presencia de "buena camaradería" simplemente fastidia, deprime.

Sin embargo, siento que eso de "el control" no vale la pena, mejor dejar que fluya el temblor o la mirada embriagada, o la voz.

Saludos Juanita!!

Juanita Alimaña dijo...

eso ya no es una opción.
Gracias por la lectura.
Cuídate

Kare dijo...

Ni que hablar, si ya pasó.